No era época de naranjas; no se vendían naranjas.
Yo, sentado en casa, veía una fruta imposible. Esta naranja, era grande, casi esférica. Despedía el aroma propio de la fruta madura.
Decidí comerla; me armé de un cuchillo, y empecé a cortarla. En el acto, percibí el frío del ácido que desprendió.
Continué pelándola a mano, para no lastimar la delicada piel de los gajos. A continuación, me aboqué a la delicada tarea de separar las gajos uno a uno, mientras saboreaba su gusto por anticipado y los acomodaba en un plato.
No era época de naranjas, no se vendían naranjas.
Yo, sentado en casa, veía una fruta imposible.
Yo, sentado en casa, veía una fruta imposible. Esta naranja, era grande, casi esférica. Despedía el aroma propio de la fruta madura.
Decidí comerla; me armé de un cuchillo, y empecé a cortarla. En el acto, percibí el frío del ácido que desprendió.
Continué pelándola a mano, para no lastimar la delicada piel de los gajos. A continuación, me aboqué a la delicada tarea de separar las gajos uno a uno, mientras saboreaba su gusto por anticipado y los acomodaba en un plato.
No era época de naranjas, no se vendían naranjas.
Yo, sentado en casa, veía una fruta imposible.
Damian Szmulewicz (sobre un escrito de Luis Goren)
1 comentario:
increible, la naranja invisible hizo agua mi boca.bravo damian
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