No tiene nada que ver con la profesión de fe de los creyentes o con la ausencia de ella en los agnósticos. Se trata apenas de una foto virtual de una Realidad en carne y hueso.
El gran problema empieza cuando esa realidad desmiente sin contemplaciones y de forma sistemática, a los dogmas, a los dichos, a los dimes y diretes sobre los cuales apoyamos los pies de nuestra desteñida humanidad, haciendo que a cada día que pasa sea más difícil encontrar una respuesta que nos ayude a mantener el equilibrio sobre la cuerda floja, ya que cuanto menor sea el territorio de la esperanza, mayor será el dolor al caer sobre el duro suelo del picadero de este circo que es la vida.
Bueno, esta es la reflexión y su prólogo, nacidos ambos del recuerdo de los escombros de la dignidad humana, y que sirven como moraleja de la enfermedad ética llamada nazismo y de su más devastador efecto: Auschwitz:
HIPÓTESIS
Palabras incineradas y verbos gaseados, que reflejan una opinión sincera sobre un tema candente que repite de grado porque repite los errores y repite los dolores y repite los temores y repite el deseo utópico de que la sensatez llegue sorpresivamente, y cuando menos pensado los brazos palestinos y los hombros israelíes y viceversa aprendan la lección que la sangre inocente nos enseña desde que el hombre es hombre, y se sumen en un abrazo sincero, y se multipliquen los motivos por los cuales las balas sean condenadas a morir oxidadas y los cañones a fallecer de tedio, y a las bombas les quede apenas la alternativa de explotar de rabia, y que un derrame cerebral irreversible paralice para siempre a los ideólogos del fundamentalismo suicida, y que los bombarderos agonicen sin pena ni gloria, y sobre todos los escombros del odio ciego, y sobre todos los campos que un día fueron de batalla, florezca y fructifique una paz que no sea un discurso electoral ni una promesa divina, sino una tangible realidad que - como un disco rayado -se repita hasta el hartazgo.
TESIS
¡Dios es grande! exclamó
el diablo al sumar sus haberes.
¡Dios provee! festejó
el cardenal en su palacio.
¡Dios es nuestro! sentenció
el rabino olvidando el Holocausto.
¡Dios insiste! comprobó
el corresponsal de guerra.
¡Dios no existe! dijo
al mirar Dios su propia obra.
DEMOSTRACIÓN
Sí, a algunos de los sobrevivientes del infierno nazi les basta con cerrar los ojos y cambiar el nombre de la ciudad en que viven para verse otra vez en sus casas de Viena o de Bucarest, de Berlín o de Praga, de Sofía o de Budapest, de Ostrowiec o Vilna, del pequeño shtetl de Polonia o de París o de Antuerpia. Otros le cambiarán el nombre al río que moja sus orillas y será como antaño el Danubio o el Reno, el Bug o el Dniester, el Sena o el Inn.
Lo curioso es que los abuelos y bisabuelos de tantos de nosotros, esos abuelitos y bisabuelitos que murieron en Theresienstad o en Auschwitz, en Bergen-Belsen o Treblinka, en defensa del Gueto de Varsovia o en los transportes hacia los campos de exterminio, siguen vivos en la memoria de los nietos y bisnietos de unos padres que el destino no quiso darle tiempo a los verdugos para borrarlos del mapa, o a los que alejó de Europa antes de que fuera demasiado tarde para ellos, mientras que muchos de esos nietos - herederos universales del Holocausto - llevan a esos muertos en la mochila, aunque no se dejan doblegar por el peso de tantos cadáveres heredados.
Creo que cada judío que sobrevivió o que es hijo o nieto de un sobreviviente, tiene una pequeña, emocionante y desgarradora historia para contar. Nuestra suerte — si es posible usar esa palabra al tratar de la ignominia nazi y su remedio, la esperanza, o del genocidio sin alma y su verdugo, la memoria - es estar vivos para contar a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos, la historia de nuestros abuelos y bisabuelos, para que aprendan la lección y sepan anticiparse, no permitiendo - cueste lo que cueste a quien le cueste - que la historia se repita".
1 comentario:
GRACIAS ! .....
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