abril 14, 2010

redención



Pasaron ya tres días. Solo viento y arena. Nada más. Nadie más. Pensamos que escapar de todo aquello nos haría olvidar. ¡Qué equivocados!  ¡Cuánta miseria y cuanta traición! ¿Mía  o tuya? No sé. Todavía no entiendo como pude hacerlo; no sé si fui valiente o cobarde; me angustia pensar que lo disfruté. En cada tajo, en cada corte, en cada grito, en cada tibia gota que caía sobre mí, que me salpicaba, que me manchaba, (y recordaba en su color al áspero cabernet que minutos antes juntos habíamos saboreado) sentía paz. Inexplicable, celestial, aterradora. Por un momento tuve la dulce sensación que luego sería tu turno…  No te diste cuenta. Estabas ahí mirando, gozando, saboreando tu victoria. El verdugo cumpliendo su divina misión. Pobre, también eras la víctima, y no la única.
¿Y ahora… que? Nadie podrá salvarme ni salvarnos ya. Esta fuga no tiene sentido alguno. ¿Acaso no hay peor condena que la de querer escaparnos de nosotros mismos? El solo mirarte me recuerda lo pasado, y el asco, y el dolor y el placer se retuercen juntos dentro de mí, como un brebaje vomitivo. Lo que hasta pocos días atrás fue ¿amor? hoy es una rara mezcla de odio, miedo y pasión. Solo es cuestión de tiempo, minutos, horas, días, no lo sé, hasta que recuerde aquel momento y sienta la necesidad de volver a hacerlo. Lo sabés, lo estás esperando. Los portones del infierno se cerraron detrás de nosotros. No hay alternativa. Hay que comenzar a saldar cuentas. No, no llores, ya es tarde. Me convertiste en esto que ahora soy.  No puedo volver atrás. Tenés que morir. Tu sentencia fue dictada. Inapelable. Y con tu muerte moriré también un poco, y esperaré mi turno.

Daniel Najnsztejn

No hay comentarios: