abril 04, 2010

la misión


Quien sino él podía cumplir cabalmente con aquello. No dudó en asumirlo con una mezcla del orgullo del elegido y la soberbia del vencedor. Acto seguido comenzó a actuar. Revisó todos y cada uno de los detalles. Su accionar siempre fue muy puntilloso, casi rondando en lo absurdo (como aquella vez en el mar –del cual olvidó su paradero- cuando intentó medir la temperatura del agua, antes que éste lo rozase con su espuma altanera). 


Abrió el armario, en el cual se exhibían sus preciadas ropas y comenzó a seleccionar cuidadosamente su vestimenta de acuerdo a la ocasión. La vida le volvía a presentar una oportunidad, quizás la última, y no podía echarla a perder. Eligió la camisa blanca de seda, regalo de un amor perdido vaya uno a saber cuando. El pantalón de alpaca gris, recuerdo de un insoportable viaje. El saco azul cruzado, botones plateados, que lo transportaba en el tiempo a su época de estudiante (y pensar que todos le auguraban un futuro brillante). La corbata roja, ganancia ilegitima de aquella siniestra mano de póker. Por último, tomó aquello que lo distinguía y a su vez identificaba: los zapatos negros de charol espejo, única herencia de aquel padre ausente. 


Tomó su maletín, cómplice mudo de negocios malolientes; la lapicera Parker, desde hace mucho avergonzada por tanto escrito fraguado; el documento de identidad, roído por el tiempo y por una y otra imagen alterada; la calculadora, ya olvidada de su función y culpable de más de un resultado mentiroso; el viejo anotador de espiral, abatido presintiendo su inexorable final. Por último, y en aquel cajón, mudo contenedor de tanto contramano del deber, lo encontró. Lo envolvió cuidadosamente en brillante papel y lo guardó en el bolsillo interno de su saco. Salió en esa mañana clara y con el sol presagiando convertir en líquido el asfalto. Fue hacia la vereda sur, tal cual su norma. 


Buscó donde guarecerse sin resultado positivo (hacerlo era un imposible en aquella ciudad desarbolada, y a veces hedionda, que se le puso enfrente). Mantuvo la firmeza a pesar del fastidio. Se consideraba un hombre de honor. Por algo lo habían elegido.


Se dispuso a esperar… 

Daniel Najnsztejn

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